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Ayer fue uno de esos días que no hace tanto yo solía hacer como el que paseaba por el pasillo de su casa y se plantaba en la cocina , solo tenía que tener tres ingredientes para hacer ese plato que tanto me gusta...pocos euros, la Madrileña y alegría, y ayer se alinearon los tres (sobretodo la alegría) para tener un día de esos que tanto añoraba y mis recuerdos me reclamaban,  y no porque nadie me coartara para ello, pero seguramente la edad, ese reloj inexorable que nunca se queda sin cuerda te recuerda que los años pasan , los kilos pesan y que necesitas más tiempo para recuperarte de un simple esfuerzo, además nos pasamos la vida corriendo (y yo mas)no sé porque, y no vemos que a poquitos quilómetros de casa tenemos un mundo donde ese reloj casi no corre, que no se detiene pero va a un ritmo más pausado, más sencillo, donde casi te coge de la mano y te lleva por verigüetos de otros tiempos, donde el agua es cristalina como el espejo del cielo, como las sabanas de nubes  que arropan los puertos de montaña están más cerca del cielo que del mundanal ruido, las prisas, los codazos, las miradas furtivas del deseo de no mirar, o el respirar agitado por llegar a no sé donde ni para que .....
Quiero compartir con vosotros un fragmento entrevista hecha a Mousaa Ag Assarid, nómada tuareg que de adulto vino a Europa a estudiar.

– ¿Qué es lo que más le chocó en su primer viaje a Europa? 
– Vi correr a la gente por el aeropuerto. ¡En el desierto sólo se corre si viene una tormenta de arena! Me asusté, claro… 
– Sólo iban a buscar las maletas, ja, ja… ¿qué es lo que peor le parece de aquí? 
– Os encadenáis de por vida a un banco, y hay ansia de poseer, frenesí, prisa… En el desierto no hay atascos, ¿y sabe por qué? ¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!.

Creo que es a lo que quería referirme yo con mis letras anteriores, ayer note esa misma sensación de libertad sin el correr en el tiempo, hacia tanto que no acariciaba mi cuerpo y mi alma esos aromas del viento en libertad, vi como se ralentizaban carreteras que están ancladas en el infinito, suspendidas en laderas increíbles y arboles que reclaman su lugar natural,  casas donde alguna vez hubo amor y un fuego para hablar en torno a él y simplemente con su alumbrar oír las carcajadas del lugar, el griterío de críos, el mugir del buey,  o el chirriar de la lechuza amiga que ya no están, estos lugares ya son segundos de ese reloj colgados de la vida para la eternidad.
Vi también como cambiaba el tiempo en apenas unos minutos, y mientras, mis sentidos abrían los cajones de par en par para guardar todo lo que la naturaleza me estaba regalando, note como la madrileña se estiraba en la subida a los puertos, y como se relajaba al bajarlos con un ímpetu como queriendo poner más caballos en su motor de los que necesita para hacerme feliz, cuando la carretera se estiraba a lo lejos (pocas veces) yo me sentía como en el sillón de casa relajado, ajusto y disfrutando más si cabe de todo lo que este trozo de hierro que tantas alegrías me está dando aunque yo creo que me comprende y también me teme en ocasiones por donde le hago desenvolverse, aunque creo que con quien mejor se entiende es con Topogigio, mi fiel compañero de viajes desde hace tanto, me gustaría saber de sus conversaciones... o mejor no.  
Ayer fue de esos días que valen la pena tenerlos en la retina, en el corazón y en el alma.
Ser felices
En casa sin novedad
Manuel Martin  (MAMU_56)

 

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